
En el transcurrir de un mes y medio y, algunos días más, estuve pasando momentos inquietantes, como si un cierto tipo de ansiedad me empujara a hacer algo extraño, de manera que me impacientaba hacia la búsqueda de un sentir diferente, tal vez experimentar una emoción no convencional. Fue algo raro al principio, porque los momentos se tornaban perturbadores. Me tomaba la cabeza sin saber qué hacer, preguntándome de dónde brotaba esta molestia. Este fenómeno desbarataba mi concentración todo el santo día, dejando de hacer mis trabajos de estudios o algún cachivache que debía terminar. Tantas veces resultaba siendo un pesar difícil de superar, y así volvían las contradicciones a ensalsarse en el momento que ninguno de nosostros, lectores, esperamos.
Definir las emociones desde un nivel científico, es mediaticamente simple. Ramón Sopena, lexicógrafo español precepta emoción como un estado de ánimo que se caracteriza por una conmoción orgánica que produce fenómenos viscerales y con frecuencia se traduce en gesticulaciones, actitudes y otras formas de expresión. Entonces esa emoción que percibía periódicamente de algún carma cercano, me impulsaba a experimentar otras sensaciones más. Me explico, dejarse llevar por el momento experimentativo hasta llegar a lo que estás buscando, es indudablemnete fantástico, aclarando sólo si esta circunstancia produce una emoción reconfortante. En este caso dejé que la emoción buscada, me encuentre: Eso lo hace una aventura y hasta puedo afirmar que el sentido de la vida parte de esta conjetura.
La rutina que llevo al igual como llevan otros individuos, es monótoma: Levantarse, trabajar, corretar de un lugar a otro, meterse en problemas, hasta llegar al stress. A veces no suelo levantarme por estar distraído en lecturas durante la madrugada, haciendo todo esto de la vida una burocrácia; y salir de ella es cautivamente emocional. Así que tuve que salir de este latente suplicio, por llamarlo de alguna manera hasta planificar una salida, tratando de encontrar algo nuevo en qué distraerme.
Un domingo salí del cuarto donde vivo, muy temprano. Anduve el pasadizo tratando de encontrar la llave principal en los bolsillos del jean. Abrí la puerta y al levantar la mirada, la mañana se expandió hacia el retoño de una flor que se tornaba en un azul congelado en todo el jardín de la casa contigua, esa flor fue lo primero que pude ver.
Repentinamente hubo un lapsus, una conexión que despertó el recuerdo de un sueño que tuve de pequeño. Existen muchos sueños en la vida, pero son pocos los que la memoria guarda con gran calidez, como si la memoria le diera una valiosa manutención a lo largo de la vida, y miéntras recordaba, la emoción que estuve buscando me asedió, me apresó con tal impacto que las imágenes del sueño comenzaron a rodar en mi imaginario con tanta frigidez que por fin la sensación de la cual les estoy contando lectores, provocó una hecatombe emocional muy fuerte.
En el momento lo comencé a recordar fluídamente. Recuerdo muy bien que en el sueño iba caminando una cuesta a media calle, iba muy lento, observando todo a los alrededores, quería apurar el paso, pero el tiempo me detenía, luchaba, empujaba mi cuerpo para estar al ritmo de los demás, pero no lo lograba, así que ajusté mi paso e iba seguro. Veía una ciudad altiva, de construcciones trémulas, habían parquets extensos y ahítos de niños. Algunos correteanban para encantar a los otros, hasta tocarlos y verlos muy quietos, paralizados, imagínense lectores. Luego otros niños que vestían de camisas blancas y pantalones cortos, buscando algún escondite de refugio en el juego, mientras que uno estaba tras un inmenso árbol contando los números. Yo quería ir a desencantarlos, después ir a esconderme, y entreverarme entre ellos, pero solamente caminaba mirando todo lo que ocurría. Ahora reflexiono y digo que, tal vez la misión del sueño sólo era que observara lo que acontecia.
Al otro extremo de la calle, muchísimas niñitas jugaban a las actitudes y estatuas, llevaban trenzas y muchos arneses en el pelo; y otras tenían moños que adornaban sus rubios cabellos. Ciertos niños volaban cometas, sí, como si éstas tuviesen vida, parecían enormes pájaros que con sus silbidos dispersaban dulzura por todo el sueño, pero lo más conmovedor fue ver a los parquets llenos de flores de todos los tamaños, matices y colores, fue lo más florido y hermoso. El paisaje era un cuadro rimbonbante y natural. Ese fue el momento exacto más impactante, sólo me quedé pasmado recordando; Ese tiempo exacto fue la cura para poder resolver ese pedacito de electricidad. Aquella emoción me había encontrado señores lectores, desde ese momento quizé hacer lo que no pude hacer en el sueño: Cortar las flores de los jardines. Siempre me gustaron las flores blancas que se asemejaban a sombreros de duendes; y las margaritas de color turqueza transparente me gustaban más. Pensé que era necesitaría una tijera para cortar las flores y, una bolsa para la recolección, así que regresé a mi habitación. Con la única tijera que tengo corto las uñas de mis pies, de cuando en cuando las mangas de mis viejas chaquetas y algunos polos viejos que me sirven como trapeador. Con esa misma tijera cortaría las flores con tallos gruesos, las que son difícil de arrancar, y por su puesto, también serviría para cortar los tallos elásticos, los que son muy broncos al desprenderse de la planta, sin embargo, llenan de vistosidad su forma.
Guardé la tijera en el bolsillo trasero del jean porque si caminaba con la tijera en la mano, todos allá afuera, sin duda, no se me acercarían, y hasta pensarían que soy un loco desquiciado, en excepción de algún conocido que miraría mi aptitud y un saludo a voz alta no se extrañaría esperar.
Lo necesario ya lo había consegudio, así que salí con cierto temor a las calles, esa emoción vibraba en las venas. Caminé tres cuadras cuesta arriba y me encontré con el primer jardín, el más cuidado, allí llegué a ver flores pardas, violetas, naranjas y rojas, las rojas tenían un color muy atractivo, y dije: éstas quiero para comenzar. Tuve mucha paciencia para sacar las flores rojas. Estuve escogiendo sólo las mejores, las puse en el bolso hasta que escuché un estridente grito de la dueña del jardín diciéndome: !Carajo, deja las flores en paz, ve hacer otras cosas en vez de estar perdiéndo el tiempo! Salí espantado, así que seguí el camino con un puñado de flores en la mano.
Anduve toda la tarde entre jardines y parquets, fascinándome con los sentimientos y emociones encontrados que me transmitia la sociedad con su amabilidad, iracundez, amarguras y muchas personas, muy pero muy absortas por lo que hacía. Lo mejor de todo es que pude resolver ese sueño que se conectó con la misma emoción de mi vida que me llevó a explorar una experiencia nueva en un nuevo día.
Nada ni nadie me detuvo.
Al llegar a casa, arrojé las flores al tacho y me acosté a observar el techo.